Un rombo de papel, un esqueleto
de forma cruciforme, unos sedales
que ascienden hasta luces cenitales
y un puño acá en mi mano, bien sujeto.
Un día de ventisca bien repleto,
afanes de ascender descomunales,
pisando tus dorados arenales.
El trazo de una ráfaga, secreto,
dibujo por el cielo con tus colas.
Un niño se embelesa al infinito
siguiendo con el cuello tu silueta
que traza un giro, un ocho y dos cabriolas.
Te esquiva, casi topa, un angelito.
¡Que bello hacer volar a mi cometa!
Me late, en tu presencia, un avispero
de avispas sorprendidas que revuelan
de aurícula a ventrículo y se cuelan
al flujo de mi aorta y su sendero.
A sístole recorren cuerpo entero,
del tórax al abdomen, me modelan,
subiendo a mi garganta descongelan
el congelado hielo de un te quiero.
Llegando a mis extremos capilares
mitad de su camino finalizan ,
y vuelven al torrente azul, venoso,
buscando de su inicio los lugares,
me ascienden cava arriba, me aterrizan
de nuevo al corazón, y soy dichoso.